Acudiendo al susto de un temor amargo en mi garganta, al angustioso dolor de llegar al destino de saber que he sido presa de la indignidad y la deshonra, desfallece mi corazón ante tal expectación y disyuntiva. He buscado para mi la fusta y con antelación me aporreo temeroso en cada golpe de mis aprehensiones y pensamientos. Siento el temor de saber verdad lo percibido. Mi espíritu anhela un mentís como verdad, porque no desea se descorra el velo de una circunstancia diferente. Se acabaría un mundo de esperanzas, se apagarían los vestigios de fe sostenida en las bondades de anhelos forjados como salvedades para sustentar el alma. Temo caer en mi propia trampa. Esa que parece lazo para destruir mi propia vida. Esa en la que no deseo caer como presa en el desengaño de la muerte. ¡Dios mío!, en el nombre de tu hijo ruego estar equivocado. Borra de mi vista el lazo de mi propia trampa, y ayúdame a mantener la fe con el sustento de la esperanza. ¡Ayúdame Dios a encontrar en mis anhelos las vehemencias que me hacen falta para que mi corazón no desfallezca de angustia y dolor. De ignorancia está permedad mi alma, y en esta oscuridad rompen en añicos los silencios pausados de mis pies sus descalzados tropiezos. Asido en dudas se yerguen gigantes sobre mi las culpas de ser visionario y estar al acecho. Me atan como a esclavo a las incertidumbres, y no quiero llegar al desenlace porque no quiero ganar partida o perder lo ganado. Y, si perdido lo ganado, peor para la dicha porque voy obligado a darla por perdida, sabré que lo he perdido todo. Y sin atajos iré al encuentro con mi útimo día... exhalando un suspiro de muerte y suicidio.