


VALORES
Desde el génesis de la vida, la humanidad ha estado adquiriendo valores educativos, morales y disciplinarios en virtud y a tenor con las directrices provistas por Aquél Ser que siempre se ha ocupado en ello y en darse a conocer. En darse a conocer repito, como esencia del amor en cada detalle cualitativo inherente, que mutado en sentimientos se revela a su vez como Dios y Creador de toda la humanidad. Así, durante un tiempo relativamente largo, las sociedades mundiales fueron proclive a la observación rigurosa y vehemente de las inherencias del amor a través de sus valores. Durante el esplendor renacentista se distinguió por el hecho de que los seres humanos decidieron encontrar en sus interioridades espirituales, una racionalidad conceptual que definiera cosas sobre la naturaleza humana y su relación con lo sublime por tangible, intangible y hasta empírico. Obviamente, los resultados fueron inductivos y en parte por causa de ello, proliferaron las artes, los conceptos filosóficos y filológicos, y la sociología hizo renacer el protocolo. Este renacer trajo como secuela importante la reivindicación de los valores que poco a poco, casi imperceptiblemente se iban soslayando. Comenzó a renacer también el romanticismo.
Aún durante la época colombina y post-colombina descoyaron valores disciplinarios, morales y educativos. Parte de ello se debió a la tutela eclesiástica en cualquier orden, que re-asumió papel importante en tal dirección, preservando durante algún tiempo los valores. Los elevados conceptos en este orden fueron colocados a través de transculturación disciplinaria y educativa, repito para la redundancia, con acondicionamientos que lograron la mayoría de veces, ser exitosos.
Lamentablemente, aunque durante todos los tiempos una causa interactiva muy disociadora re-planteó infinidad de veces el trastoque a los lineamientos de marras, nunca antes como en tiempos modernos ha sido tan insidioso el descaro y nunca como de un tiempo a esta parte había tenido éxito esta maquiavélica empresa. Es más que necesario, imprescindible, tener que recurrir a lo dogmático para poder hacer inferencias sobre esta interacción disociadora, sus causas y los efectos de sus trastoques que penden de la intención adrede, de un ente inicuo cuya ocupación tiene inherencias en las malas voluntades. Me refiero al calumniador cuya primera gestión con el Ser humano fue precisamente tergiversar el ordenamiento social deseable y original.
La mentira y secuela de esta, el engaño, lo vano, lo superfluo, lo falso, lo disociador, lo fatuo, son efectos inmersos en las egolatrías y encauzados en el desafuero que ha venido permeando espíritus en medioambientes, y penetrando en las culturas como vivencias que se acumulan para causar daño. Una llamada “nueva moralidad” ha trastocado casi todo valor conceptual e interactivo basado en lo moral . Toda instrucción digna y honrosa proveniente de la buena voluntad Divina, ha sido trocada con antivalores producto de esa “nueva moralidad” cuya es, antítesis equivocada de lo verdaderamente deseable. El respeto por el derecho ajeno ya no es. Una escalada en los principios ha sido causa directa del aumento en la violencia criminal, conceptual incluso e interactiva por ejemplo.
Por otro lado, tras el triunfo en la segunda guerra mundial, los países vencedores se fortalecieron económicamente y comenzaron a surgir oportunidades para crecimiento y desarrollo para las mini-economías particulares. Un repunte en el desarrollo Industrial fue tentación facilitadora para adquisición de bienes y esto trajo como consecuencia eventual la competencia ególatra entre los miembros de cada mini-sociedad. Incluso, las competencias sobre posesiones de bienes muebles e inmuebles, llevó el calor de las endechas hasta ser práctica entre amigos y vecinos. La envidia desde entonces ha proliferado más que nunca antes. El mercantilismo atrapó y encriptó a las clarificaciones conceptuales y dio paso a las aberraciones de todo tipo. La práctica cualitativa y vehemente de toda subliminalidad inherente a los principios y valores del espíritu cayeron en des-uso; si decimos que en grados serían porcentualmente muy altos. La crianza de los hijos pasaron a manos de terceros so color de lograr mayores riquezas aunando esfuerzos, de tal suerte, que los cónyuges e hijos mayores pasaron a formar parte de los ejércitos laborales por un lado. Las educaciones entonces, las disciplinas, la moral en manos de terceras personas a las que ha importado un pepino inculcarla o no, ha estado cambiando el patrón de buenos haberes por el otro lado.
Hoy se crían hijos irascibles, insufribles, mal avenidos con las personas mayores y con otros niños, indisciplinados, desagradecidos, desaforados, matricidas, desconsiderados, y un sinnúmero de otros apítetos indeseables pero interactivos. Los padres tampoco han sido los mejores ejemplos. Demasiadas veces son ayos y maestros de lo vano, lo fantasioso, del subterfugio y la irresponsabilidad. Hay infinidad de ejemplos interactivos para sustentar estas inferencias. Lástima por ello. Más… no todo está perdido si encauzamos las deseabilidades del espíritu por el único sendero disponible: El amor. El amor es Dios en esencia y viceversa. Obviamente me refiero al amor de cara al punto de vista Divino para que sea verdaderamente limpio. El amor bajo estas premisas es sufrido y benigno, no se ensoberbece, no se hincha, no se porta indecorosamente, no se regocija con las injusticias, se regocija con la verdad. Todo lo cree, lo espera y lo soporta. Todos los valores propios para ser persona, son parte intrínseca del amor. Basta con amar sincera y honestamente al prójimo para vivir bajo las prerrogativas de una persona imbuída en las virtudes de ser persona. Re-vertir el desorden que se consigna como malos haberes culturales en la idiosincrasia debería ser una deseabilidad en el espíritu de cada persona, precisamente porque siempre será deseable vivir dentro de los lindes de la circunspección, amarrado a ésta porque ello conduce necesariamente a un ser humano a ser persona digna, honrosa y honorable. A escapar de las banalidades, de la delincuencia, la egolatría, la megalomanía, la antipatía, de los malos haberes, las vivencias indeseables, el existencialismo que da sus años a cruel y que nos obliga a llegar tarde al encuentro con las prácticas que predican sobre la regla áurea: Hacer a otros, lo que desearíamos se hiciera con nosotros. Es bueno, apropiado, justo y razonable meditar en la necesidad que tenemos, en las deseabilidades que poseemos en el espíritu, para ir tras salvaguarda de las virtudes que hay en llegar a ser circunspecta persona. Lo cortés no quita lo valiente.


