
DIAMANTE
En latitud intermedia, engastada entre impetuoso mar, canal y océano ensoñador, descolla Isla de naturales e infinitas bellezas y bondades. Bajo celestísimo dosel, haciendo trascender auroras como razones majestuosas de su realeza, que matutinas o boreales, a trasluz de sus gloriosos días, ocasos vespertinos y sus noches estrelladas, hacen entorno sutil y preámbulo al descanso corporal. No sin antes exponer u ostentar raíz de su orogenia, en matices coloreados de una flora exuberante, naturaleza alimentaria que alterna verdores e intensidades corolarias y crománticas a favor de su belleza perimetral interior.
No sin antes exponer también exógenos procesos en su variada fauna y flora, en la que aves silvestres, al cuidado tierno y protección de sus humanistas y considerados pobladores, que osar no intentan extiguir sus cantos y trinos armoniosos, regalan sus virtudes al aprecio de todos. Isla inspiradora de quien montado en su jaca baya, salió del pueblo e’ Collores por un sendero entre mallas arropá’s de cundiamores. Cuna también de aquél verso que observó: Ya está el lucero del alba, encimita del palmar, como horquilla de cristal en el moño de una palma, hacia él vuela mi alma buscándote en el vacío. Si también de tu bohío la estuvieras tú mirando… ahora se estarían besando tu pensamiento y el mío. Inspiración modesta de cantores alegres, que hacen de sus encantos prosas y rimas, en odas constantes, enaltecedoras y benigna al corazón labrado de sus tierras, orgullo campestre de jíbaros respetuosos y agradecidos de sus maravillosas bondades.
¡Isla DIAMANTE!, Inspiración también, que cantata poética previa, reseñó particularidades esenciales de mis aprecios: En la quietud rural de este nido de amor, sostén perenne y natural del Ser, que abona de felicidad la vida con el encanto de tus flores, tus rosas y tus efluvios olorosos perfumados de montañas. Albergue de la fe del amor y la esperanza. Dulzura de aprecios visuales y entornados celestes, que irradian crisoles desde lo alto cuando más… cuando menos, erizar de la piel al sonoro encanto de tus pluviales frescos, amamantar acuoso de manantiales y riachuelos vibrantes y virtuosos, en recorrido al encuentro con la sed de tus protegidos. Reseña auténtica de tu singular hermosura, ¡oh Isla Diamante… que aún corto en mis aprecios reservo emoción para admirarte mañana!. Ello es así, porque toda verdad poética se queda corta al cantar loas a ti… ¡Borinquen querida!.




